lunes, 17 de marzo de 2014

El Gran Hotel Budapest




La semana pasada me colé en el pase de prensa de El Gran Hotel Budapest. Digo me colé porque, a pesar de estar invitado, no estaba técnicamente acreditado. Una serie de malentendidos  en la cadena de mando de La Chatarrería Magazine hicieron que mi nombre no estuviera en la lista adecuada en el momento adecuado. Afortunadamente, la muchacha que revisaba dicha lista no era inmune al hoyuelo que le sale al Cupletero en la mejilla izquierda cuando sonríe, y tras un breve y cortés forcejeo acabó apuntando mi nombre a boli y regalándome un “anda, pasa”. Afortunadamente, porque lo que allí vi bien merecía aquel regateo.  

Entre los buenos cineastas seguramente se pueden distinguir los “ejecutores” y los “creadores”. A la primera categoría pertenecen aquellos que resuelven con eficacia, oficio y arte cualquier encargo, independientemente de su grado de implicación en la producción. El mayor y mejor ejemplo de éstos, para mi, es Stephen Frears. ¿Qué tienen en común Mi Hermosa Lavandería, Las Amistades Peligrosas, Café Irlandés, Alta Fidelidad y The Queen? Pues seguramente que todas están fantásticamente bien dirigidas y poco más. 

A la segunda categoría, los que yo he llamado “creadores”, pertenecen todos aquellos que, sin importar la historia que cuenten, ésta se impregna del universo personal del director/escritor de tal modo que son perfectamente identificables como hijos de sus padres. Woody Allen, Tim Burton, Fellini, Berlanga, Godard, Almodóvar… algunos crean escuela y otros son genios solitarios, pero está claro que son creadores de mundos particulares con señas de identidad que se repiten y reconocen sin esfuerzo. Sin duda pertenece también a este grupo Wes Anderson.

El Gran Hotel Budapest  tiene todos los elementos andersonianos. Una dirección de arte, un vestuario y una puesta en escena en general minuciosa y preciosista, que es un festín para estetas. Un sentido del humor inteligente, irónico y sutil. Unos personajes que rozan lo caricaturesco defendidos por una auténtica colección de caras conocidas. Una atmósfera abstracta, ultra limpia, casi onírica que lo envuelve todo… en fin, todo lo que tiene “una peli de Wes Anderson” y que hará las delicias de sus defensores más incondicionales.  

Sin embargo, Anderson  es mejor en esta ocasión, ya que en El Gran Hotel Budapest se apoya en un argumento más sólido de lo habitual, alejándose de esas tramas desestructuradas que hacen algo difícil de seguir otras de sus películas. En este caso existe una firme trama de aventuras sobre la que se apoya todo lo demás, y se agradece. Por ello creo que esta es una buena ocasión para que se acerquen a Anderson  todos aquellos interesados por su universo pero que en otras ocasiones, se sintieron un poco aturdidos o despistados. Y vaya por delante que yo me apunto entre éstos.

Anderson, desde luego, ama el cine que hace. Lo mima, lo cuida y sobre todo se divierte escribiéndolo y dirigiéndolo; eso el espectador lo percibe y se disfruta. Es un director juguetón, que se permite hasta el lujo de recrearse en una indeterminación geográfica e histórica que tiñe todo de un tono de cuento de hadas que resulta delicioso.

Añádase a todo lo dicho una música preciosa, unos golpes desternillantes y unas interpretaciones excelentes con un Ralh Fiennes estratosférico y ya sabéis el resultado: Cupletero plenamente satisfecho.

1 comentario:

  1. Esta es la que vimos en la estación en Stuttgart, no? Habrá que verla....;)

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