lunes, 3 de febrero de 2014

Stockholm


Una de las últimas buenas sorpresas que me ha dado el cine se llama Stockholm. Lo sorprendente no es que me gustara (y mucho) una película española de bajo presupuesto, que no tengo prejuicios contra el cine patrio ni contra el cine pobre, la sorpresa fue que me invitaran al estreno en el cine Capitol (¡gracias Arturo!), y eso al Cupletero le mola infinito.

Otra de las sorpresas es la juventud de todo el equipo: por más que reviso la ficha técnica y la artística no encuentro a nadie nacido antes de 1981. Esto me hace sentir viejo por una parte, pero también me hace confiar en que tenemos relevo generacional asegurado. Gente que trabaja con poco dinero y por poco dinero seguramente, pero con evidente talento, ilusión y sobre todo con enorme amor al cine, como lo atestiguan un buen puñado de referencias cinéfilas en la película.

Sorpresa número tres: la relativamente buena acogida en taquilla y el gran apoyo académico obtenido. Ahí están esas tres nominaciones a los Goya (¡nominaciones de las buenas!) a mejor actor revelación (Javier Pereira), mejor actriz protagonista (Aura Garrido) y mejor dirección novel (Rodrigo Sorogoyen). De corazón espero que ganen los tres, pero aún si no es así, ya está ahí el premio de haber conseguido alargar la vida de la película en cartelera y de colarse en ciclos pre-Goya como el que está teniendo lugar en la sala Berlanga.

El título de la película hace fuerte referencia al síndrome de dependencia que sufre el reo con su carcelero, pero no es la historia de un secuestro, o al menos no claramente. El concepto de la dependencia emocional está presente en todo momento, pero de forma escurridiza y equívoca, cambiando de sentido entre los dos protagonistas, y a veces incluso encontrándose dentro de alguno de ellos, insinuando que se puede sufrir dependencia de uno mismo. Al menos así lo veo yo.

Stockholm es el segundo largometraje de Sorogoyen, y se detecta por tanto cierta falta de oficio aún. Tiene alguna deficiencia técnica de sonido, el ritmo de la historia pierde pulso en algún momento y se hace alguna explicación o subrayado redundante y por lo tanto innecesario.  Todo ello faltas menores, sus aciertos superan con mucho a sus deficiencias y sobre todo es una película con alma, con fuerza. 

Se empieza con un relato casi costumbrista de la noche madrileña y se continúa con una historia pseudo-romántica salpicada de pequeños avisos de que tal vez nada es lo que parece, construyendo una tensión en aumento. Y entonces la peli se rompe en dos: una fabulosa secuencia con un ascensor como tercer protagonista y un reciclaje musical al estilo Kubrick nos pone el punto final al cuento de hadas. A partir de ahí se nos sumerge en un drama psicológico que no  nos dará ya respiro hasta el final.

Por su estructura narrativa, la película necesita apoyarse casi íntegramente en la destreza interpretativa de sus protagonistas. Y desde luego acertaron con la elección de Javier Pereira y Aura Garrido para defender el proyecto. Pereira está perfecto como nocturno chico ligón, más espabilado que guaperas. En un excelente ejercicio de contención,  mantiene perfectamente la ambigüedad entre verdades a medias, mentiras, falsas verdades y demás que requiere su personaje. Pero sobre todo sirve de apoyo perfectamente a una Aura Garrido magnífica que devora la pantalla en cada plano. Su personaje evoluciona, involuciona, de desarma, se rompe, se recompone y se vuelve a romper ; y todo este viaje lo hace el espectador de la mano de esta actriz sin esfuerzo alguno.  Mi escena favorita es una en la que ella se encuentra sola,  en silencio frente a un espejo…  ¡se sale! A mi, desde luego, me tuvo toda la peli comiendo de su mano.  

Tengo la intuición además de que Stockholm indica el camino a seguir por el cine español, donde ni hay mucho dinero ni parece que lo vaya a haber a corto plazo… habrá que hacer fuerza en las historias y en las interpretaciones. Y esta peli es un buen ejemplo.

Pero una última cosa: ¿alguien sabe por qué esta película no se llama simplemente “Estocolmo”? Me hubiera ahorrado revisar mi spelling un centenar de veces.

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