sábado, 23 de julio de 2016

Gilda



Los clásicos por algo lo son, siempre. Son películas que hay que conocer y ya está, son deber y derecho de todo cinéfilo. A veces me cuesta percibir la excelencia en alguna de ellas, como por ejemplo Casablanca, que siempre me aburre, no lo puedo evitar. Para nada es el caso de Gilda (Charles Vidor, 1946), película que no hay más que contemplar y escuchar para disfrutar.

Una de las cosas en “el haber” de Ciudad de México es su Cineteca Nacional; un edificio precioso y bien equipado, con una programación amplia y variada. Por ejemplo, el fin de semana pasado proyectaban desde Julieta (Pedro Almodóvar) hasta Gilda pasando por Las Fresas Silvestres (Ingmar Bergman), todas en sala de cine grande, como debe ser. ¿Cabría mejor lugar para el Cupletero? Inexplicablemente, no había visto Gilda, o por lo menos no la había visto entera y bien. Así que allí acudí, a la Delegación de Coyoacán nada menos… o sea lejos. En México está todo lejos pero porque es muy grande, no es nada personal contra en inmigrante. 

“Ya no se hacen películas como las de antes” es una estúpida frase hecha que uno no tiene más remedio que abrazar de vez en cuando. Con ese ritmo sereno del cine de los años ’40, ese que te deja degustar la película a gusto, la trama avanza sin prisa pero sin pausa apoyada en un guion perfecto, estable como un roble bien enraizado. ¡Qué importante es un buen guion, un guion sedimentado! ¿No se está descuidando un poco eso en el cine actual?
No menos destacables son los diálogos, agudos y mordaces. En la vida diaria no hablamos así, no decimos cosas tan inteligentes… ¡pero para eso está el cine! Hoy en día se busca más la naturalidad, aunque cayendo muchas veces en la mediocridad y la vulgaridad, desgraciadamente. ¿O es que no habéis visto Tengo Ganas de Ti y A tres Metros Sobre el Cielo?

Perdonadme pero si no pongo algún ejemplo reviento: 

Mundson- [refiriéndose a su bastón con cuchillo secreto] es el amigo más fiel y obediente. Silencioso cuando quiero que guarde silencio, pero habla si quiero que hable.
Farrell (Glenn Ford)- ¿Es esa su idea de la amistad?
Mundson- Es esa mi idea de la amistad.
Farrell- Debe usted llevar una vida muy alegre…

O por qué no escoger: 

Mundson- ¿No le importa perder a una mujer?
Farrell- [mirando fijamente a Gilda] ¿Por qué me iba a importar? Las estadísticas dicen que hay más mujeres que ninguna otra cosa en el mundo… excepto insectos. 

Pero insectos como Rita Hayworth hay muy pocos, la verdad. Y es que gran parte de repercusión eterna de Gilda se la debemos a la Hayworth y su icónico papel. Cómo camina, cómo habla, cómo baila, cómo canta, cómo fuma, cómo mira, cómo levanta una ceja, cómo se quita un guante largo… todo lo que hace tiene una temperatura sensual y sexual increíble, que potenciada por su belleza física extrema (¡moderna!) hace de Gilda un papel absolutamente hipnótico y universal. 

Del reparto destaca inevitablemente Hayworth, claro está, pero son también memorables su compañero Glenn Ford (en su plenitud, ¡fantástico!) y todos los adorables secundarios. De entre éstos, me quedo con Steven Geray (Tío Pío), que borda el clásico personaje de sirviente que con inteligencia y sorna sirve de contrapunto de humor y sentido común a las cuitas de los protagonistas. 


Hagamos el esfuerzo de conocer los clásicos, vale la pena. Consumámoslos, disfrutémoslos y protejámoslos, porque son un tesoro de la memoria colectiva. 



lunes, 1 de febrero de 2016

The Revenant


Aquí en México se rinde pleitesía a todo compatriota que triunfe por el mundo, así que el estreno de The Revenant llegó el pasado 22 de enero precedido por una auténtica fanfarria mediática que no se quedó sólo en ruido. De hecho, es en México donde mejor ha funcionado en taquilla en el fin de semana del estreno, después de USA (donde ha arrasado). Aquí se proyectaba en todas las pantallas de todos los cines y a todas las sesiones… En ese primer fin de semana recaudó el doble que otros taquillazos como The Martian o Mad Max: Fury Road, y ha mandado a segunda posición a Star Wars por primera vez desde que se estrenó.

Este tirón aquí se debe sobre todo a la muy mexicana nacionalidad de su director, Alejandro González Iñárritu, y de su director de fotografía, Emmanuel Lubezki. Pero hay más. Está la apabullante cifra de 12 nominaciones a los Oscar y el ruido ensordecedor entorno a la ya por fin más que probable entrega del premio máximo a Leonardo DiCaprio.

¿Es para tanto todo esto? The Revenant es una buena película, pero no nos dejemos llevar por cantos de sirenas. Iñárritu es un fuera de serie: el rey de la tensión sostenida, del giro inesperado y de la catarsis. Hace más o menos un año yo salí del cine alucinando con Birdman, y según pasaba el tiempo y la película se me iba sedimentando, mejor me parecía (así lo conté en este Blog). Con The Revenant ha sido muy distinto: salí de la sala con cierta sensación de decepción, que se ha ido acrecentando con los días.

La historia es brutal pero escueta; es decir, hay muy poca trama, pero eso no impide que dure 2 horas con treinta y seis minutazos. Se apoya, pues, en gran medida en la intensidad de los personajes y en la belleza plástica de una impresionante puesta en escena. Ahí sí, el trabajo del “El Chivo” Lubezki es impresionante: las gélidas atmósferas que crea, los contraluces dinámicos, las panorámicas de paisajes de aterradora belleza natural… El problema es que se abusa de ello en minutos y minutos de montañas, nieve y ríos (“muy bonito pero ya lo hemos visto… venga, que avance esto”).

La factura técnica de la peli es alucinante, y nos regala al menos 4 secuencias que son un prodigio y un alarde de control técnico del séptimo arte (para mi, las que podríamos llamar “inicial”, “oso”, “caballo” y “final”), pero quitando ese puñado de “hits”, adolece de un serio problema de monotonía en el ritmo del relato. Es una película bella pero que requiere de una excesiva generosidad por parte del espectador, que debe resistir tramos verdaderamente tediosos. No es como sobrevivir al ataque de un oso, pero también tiene su mérito.

Leo DiCaprio hace un gran papel, por el que espero que por fin gane el Oscar que le debemos desde El Lobo de Wall Street, pero no me ha emocionado. Es un papel muy técnico que requiere una enorme entrega física, pero no es rico en registros ni en matices. Un hombre roto, a quien la vida atropella una y otra ve; pero el problema es que en realidad está roto desde el principio. Se desaprovecha la ocasión de darle un recorrido más amplio… tal vez un esplendor y posterior caída hubiera funcionado mejor. Tampoco se ha conseguido bien transmitir esa primitiva pulsión que  es  la venganza como último motor de supervivencia (sí lo han hecho otros, como Tarantino con La Novia de Kill Bill).

El que sí se merece de verdad el Oscar por esta película es Tom Hardy, que consigue ser ese personaje que uno comprende y del que uno se enamora a pesar de ser repugnante. El cobarde que todos llevamos dentro, mucho más empático en realidad que el héroe DiCaprio. Se convierte en el centro de atención en cada una de las tomas en las que aparece, para mi roba completamente la película.

El Cupletero ha hablado. Ahora le toca a La Academia.

sábado, 23 de enero de 2016

Truman vs. Ma ma

 
Entre las aportaciones al bienestar social que tenemos que agradecer al cine está la de hacer soportables los vuelos largos. Ahí está el cine, como en tantas otras ocasiones, para echar una mano al Cupletero y amenizar su arresto aéreo.  No es la forma óptima de disfrutar del cine, pero es cine al fin y al cabo. Nuestro último trauma transatlántico lo fue especialmente, debido a turbulencias y vientos en contra; o sea, Madrid-México en 13 amenas horas de diversión para toda la familia. Yo aproveché para darme una sesión doble de oncología: Truman y Ma ma así, seguidas, del tirón. Dos de las grandes películas españolas de 2015, coincidiendo que en ambas el protagonista padece cáncer. Eso sí, hasta ahí las similitudes. Ni un paralelismo más.  

Julio Médem es uno de esos cineastas con un universo propio que empapa todas sus películas. No es sólo una sensibilidad plástica especial muy elaborada, sino un conjunto de elementos que se repiten obsesivamente en sus tramas y sus personajes: el poder del azar, las búsquedas, las huidas, las ausencias, el poder de lo femenino…  En general a mi me parece sugerente e interesante. Hasta me gustó Habitación en Roma y aún no sé por qué, sinceramente. La verdad es que los tienes cuadrados, Julio Médem. Se te antojó encerrar en la habitación de un hotel a una muchachita andrógina de Palencia y a un atlético pibonazo ucraniano, desnudarlas y hacerlas retozar toda una noche, y ahí tienes ya tu película. Más allá del espectáculo que supone contemplar a esas dos bellezas en pelotas durante un par de horas (algo que indudablemente queda en el haber de la peli), el resultado es sorprendentemente entretenido.

Pero no todo te va a salir bien, Julio Médem. Con Ma ma te has estrellado pero bien… Y es que esa sensibilidad y esa lírica tuyas, cuando no las controlas bien, te llevan al bodrio y casi al ridículo. La interpretación de Penélope Cruz (nominada al Goya) es excelente, pero (y esto lo he escrito ya muchas veces) una buena actuación no puede levantar nunca una mala película. Ma ma es ambiciosa pero se queda en pretenciosa, se enreda en lo anecdótico, en el momento morboso, en la angustia … y eso cuando va bien la peli. Cuando va mal pasa directamente a las situaciones demencialmente increíbles, los personajes incomprensibles… Esa secuencia de la cancioncita en trío merece archivarse en la antología del absurdo cinematográfico. Pobre Asier Etxeandía, pobre Luis Tosar… ¿qué delito cometieron?

Cesc Gay también es un cineasta global que deja de forma evidente su huella en todos sus trabajos, que en el caso de Truman es mucho más microcósmico y menos orquestal que en sus anteriores En la Ciudad o Una Pistola en Cada Mano. El delicado acercamiento a esa “pena de muerte” impuesta por la Madre Naturaleza es maravilloso. Siempre desde la serenidad, la naturalidad y el respeto. Renunciando a lo patético y a la lágrima fácil, pero con una intensidad contenida conmovedora.

Si hay algo en lo que siempre destaca Cesc Gay es en la dirección de actores (no sé cómo lo hace, pero siempre están todos bien), y no es Truman una excepción. Javier Cámara tiene una cierta tendencia a la sobreactuación muy peligrosa, pero aquí está impecable. Y Ricardo Darín, bueno… hace tiempo que no es un actor, es  un mago. El actor hispanohablante perfecto. La Meryl Streep masculina. Sin apenas necesidad de caracterización (nada de calvicies, nada de amputaciones, nada de pijamas de hospital…), Darín es un festival de matices, de control, de VERDAD. Es sencillamente una gozada contemplarlo.

Cesc Gay: sobresaliente. Julio Médem: te examinas de nuevo en septiembre.


lunes, 23 de noviembre de 2015

Austin Film Festival, la película.


Mi amigo Arturo ha conseguido una gesta digna de ser relatada por Homero: escribir, producir y dirigir su primer largometraje, “El Destierro”. Le faltaría haberla protagonizado para emular al Mel Gibson de Braveheart. En su ronda por festivales de todo el mundo y después de “competir” en Busan (Corea) y Toulouse, le llegó el momento de venir a América, al Austin Film Festival concretamente. Como un Skywalker cuando nota una conmoción en La Fuerza, como Spiderman cuando le zumba su sentido arácnido en presencia de un peligro o como Superman cuando escucha un grito de auxilio a miles de kilómetros de distancia, el Cupletero sintió de forma intensa que si El Destierro cruzaba el charco y se proyectaba a “sólo” 1.500 km de su casa en Ciudad de México, debía acudir. Así que “allí me colé y en tu fiesta me planté”, con la impagable complicidad de mi chica que se quedó tres días al mando de la tropa.

Aunque no está demasiado lejos, no hay vuelo directo D.F.-Austin, así que compré un billete con escala en Houston (“tenemos un problema”), conexión que casi pierdo por la cola de control de pasaportes que me comí, así que acabé corriendo por la terminal como el niño de Love Actually.

Un taxista mejicano llamado Francisco me llevó a donde estaban mis amigos Arturo e Iván (hermano de aquél y compositor de la maravillosa banda sonora de El Destierro), un Motel como el de Norman Bates pero de dos plantas. Léase el nombre del taxista “Frensiscou”, porque el tipo llevaba tanto tiempo en Texas que hablaba español como Aznar después de hacer noche en el rancho de George W. Bush, de donde salió hablando como Doña Croqueta.

Arturo acababa de llegar del evento en el que se entregaban los premios del festival, donde fue condecorado con el de Mejor Película ( Narrative Feature). Nos hizo a todos mucha ilusión, pero no tanto como el hecho de haber despertado el interés de una productora de Los Angeles que había entregado su tarjeta a Arturo. En ésta, junto a su nombre y datos de contacto, la bella señora había escrito a mano un aclaratoria frase: “Melissa de Falcon Crest”. ¿Hola? ¡¿Melissa Gioberti?!... ¿qué iba a ser lo siguiente? ¿Lorenzo Lamas preparándonos un capucino? Con los dos trofeos, el premio y la tarjeta de Ana Alicia Ortiz, nos fuimos a celebrarlo.




Nos reunimos con otro laureado español, Juan Beiro, que había ganado el premio al mejor cortometraje de ficción con Vainilla, en el que casualmente había colaborado mi amiga Ana Rayo. Así que ahí estábamos los 4, en medio del Estado de la Estrella Solitaria y como en familia.

Austin es una anomalía liberal dentro de un estado ultraconservador, y tiene un ambientazo y un rollo bohemio-outsider súper chulo. Que fuera la noche de Halloween y todo dios fuera disfrazado ayudaba a calentar el ambiente. Después de unas cuantas Lone Star (“the national beer of Texas” y aquella con la que Matthew McConaughey hace sus muñequitos de lata en True Detective) y una partida de billar en el Buffalo Billiards  (¡qué gracieta de nombre, eh!) fuimos a una barbacoa a la que nos había invitado un miembro de la escueta colonia española en Austin. Su casa estaba en un suburbio de esos tan peliculeros que parece que ya has estado allí, como de Pesadilla en Elm Street, con su backyard, y su driveway y su oscuridad para que se puedan esconder bien los malhechores.

En cantadores nuestros anfitriones, nos llevaron después de juerga tejana al The White Horse, que es lo que se llama un Honky Tonk: un antro con música gamberra en directo. O sea algo cupletero a más no poder. La cosa acabó de esa forma en que acaban las noches divertidas de verdad, de esas en las que no todo lo hecho o dicho procede ser relatado.

A la mañana siguiente nos creíamos Los Profesionales, unos tipos duros en el salvaje oeste… pero nos alejamos bastante de nuestros personajes para ir a comprar regalos para nuestras familias. Luego fuimos a comer a un bar llamado Casino el Camino, famoso por sus hamburguesas, aunque a nosotros nos llamó más la atención la pinta de malotes que tenía la parroquia. No hablo de malotes de Orcasitas, sino de Texas, o sea unos tíos de 150 Kg con tatuajes hasta en los tatuajes.

El Destierro fue proyectado en The Hideout Theatre, un teatro-café que se había convertido en nuestro cuartel general. Por primera vez vi una película de la que conocía su guion y en cuyo rodaje yo había estado husmeando… ¡es tan emocionante! Tanto, que me vine arriba y me puse a traducir en la ronda de preguntas/coloquio posterior. Gustó mucho porque es un peliculón… pero de la peli ya os contaré en otro momento; espero que cuando logre ser estrenada en el circuito comercial.

Para que digan que ir al cine es “un plan tranqui”…


martes, 27 de octubre de 2015

The Martian


Ridley Scott es bastante impredecible. Lo mismo te hace una obra maestra como Alien el Octavo Pasajero o Blade Runner, como te clava un mojón como El Reino de los Cielos o The Counselor. También es capaz de hacer una mega producción que no haya visto nadie, como Éxodo: Dioses y Héroes… en serio, ¿alguien la ha visto?

Ahora Scott se sube a cierta ola de cine de astronautas que se inició con  Gravity (2013, para mi una obra maestra) y continuó con Interstellar  (2014). The Martian (“Marte” en España, “Misión Rescate” en México) toma prestado de esta última parte de su reparto (Matt Damon  y Jessica Chastain) y gran parte de la espectacularidad visual de ambas. Los paisajes marcianos de la película son alucinantes… tan creíbles que te da la impresión de haber pasado un tiempo en el planeta rojo.

Lo que no hace The Martian es competir con Gravity en intensidad ni con Interstellar en complejidad, y hace bien porque perdería la batalla. Su huella la busca por el lado de la comedia, que es en realidad el tono que domina la película. Si el espectador busca otra cosa quedará decepcionado. Pero si se busca una comedia de aventuras y supervivencia  ligera con una puesta en escena espectacular, se pasará un muy buen rato con alguna y que otra carcajada.

El guion tiene un buen montón de puntos resueltos de forma bastante increíble (¿motines en la NASA?) y en un intento de convertir una gesta individual en colectiva se recurre a escenas de muchedumbres celebrando eufóricas en plena calle que son un poco de Operación Triunfo y dan un pelín de vergüenza ajena.

Pasando eso por alto, The Martian es un Robinson Crusoe interplanetario  que se apoya más en el gag y la comedia que en el sufrimiento y el deterioro  que produce el aislamiento, con el que se puede pasar un rato muy divertido y muy ameno. 

Entre sus aciertos está sin duda el propio reparto. Matt Damon es un actor de esos que nunca hace demasiado, pero siempre es suficiente: me gusta. Jessica Chastain  es para mi algo inexpresiva y tal vez se está sobreexponiendo últimamente… pero también estoy muy a favor.  Chocante pero placentero es ver a dos monstruos de la comedia como Jeff Daniels y sobre todo Kristen Wiig haciendo papeles “serios”. Kate Mara también está últimamente hasta en la sopa, y no me opongo, aunque prefiero la mirada perversa de su hermana Rooney. A quien he descubierto en esta peli y me apetece mucho seguirle la pista es a Mackenzie Davis, que aunque haga aquí un poco de fea no nos engaña…

Todo un poco marciano, pero yo disfruté mucho la peli. En cualquier caso, el puesto número uno en cine “del espacio” lo sigue ocupando para mi la grandísima El Astronauta (1970), con el aún más grande Tony Leblanc y esa frase imborrable de “Houston… Houston… aquí Minglanillas”. Eso sí que no hay dinero para pagarlo.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Ricki and The Flash




Jonathan Demme lo petó en los años noventa con El Silencio de los Corderos y Filadelfia, pero ha pasado más bien desapercibido desde entonces. Ahora vuelve con una buena comedia apoyándose en el guion de uno de los grandes nombres de los años 2000: Diablo Cody. La conocimos con la deliciosa Juno y posteriormente en la muy infravalorada Young Adult, que para mi es otra maravilla. ¡Vaya talento, vaya rollazo pin-up  y vaya nombre molón tiene Diablo!
El resultado es Ricki and the Flash, una película formalmente modesta (se podría decir que incluso tiene cierto aroma indie), amable y amena, pero que no deja pasar la ocasión de lanzar un mensaje de muy profundo calado.
En México se ha titulado “Ricki and the Flash: entre la fama y la familia”, que además de ser una buena mierda de título es totalmente desacertado, porque para nada trata de la fama ni de la ambición de conseguirla.
Ricki es una rockera en edad madura que, parece ser, ha llegado a rozar la fama en un momento pasado de su vida, pero no es ni de lejos el tema principal de la película. Trata de la identidad  y de la libertad personal, que tiene como consecuencia directa la responsabilidad del individuo sobre sus acciones. Rick ha escogido un camino en la vida, de forma inevitable porque es el único que su naturaleza puede tolerar, pero que implica renuncias y repercusiones que debe asumir y gestionar. 
Eso nos pasa a todos, lo queramos ver o no, pero hay más. Diablo Cody lo sabe y por eso Ricki es mujer y madre, no un rockero solitario. Así pone en evidencia que ahí nos queda un reducto de machismo enquistado en esta sociedad tan igualitaria que disfrutamos, porque se puede llegar a tolerar que un hombre abandone todo por un sueño (incluyendo tal vez su descendencia), pero… ¿y una mujer que además es madre? En este caso la censura social se ceba pero bien.
Esa Ricki que nada a contracorriente es un personaje perfectamente escrito y dirigido, sublimado por la interpretación de Meryl Streep, que vuelve a demostrar que lo que tiene no es sólo talento, sino un auténtico don: una varita mágica con la que convierte en oro todo lo que toca. Una monstrua.
Streep comparte cartel con su propia hija (en la ficción y en la realidad), Mamie Gummer. La comparaciones son odiosas pero también inevitables, así que daré mi opinión: seguramente no llegue a ganar 3 Oscars como su madre pero es una gran actriz. Me gustan mucho también sus apariciones en The Good Wife.
Junto a madre e hija nos ponen a Kevin Kline, otro actor de primerísima división al que siempre es un placer observar. 
Ricki and the Flash podría describirse como una comedia ligera que trata temas incómodos,  adornada con versiones de populares temas de rock, que avanza hacia un happy end  que a punto está de ser una de esas increíbles catarsis reconciliadoras. No llega a ser ese end tan empalagosamente happy gracias a la habilísima dirección de Demme y a la gigantesca naturalidad y credibilidad de la interpretación de Streep. 
Pero que ese tono ligero no nos aleje de la profundidad de la película. De hecho, cambiando el estrógeno por la testosterona y el tono de comedia por el del drama, el paralelismo es enorme con El Luchador de Darren Aronofsky. Historias de gente que necesita “inventarse” un personaje y defenderlo hasta sus últimas consecuencias porque es en ese personaje y en ningún otro sitio donde aloja su esencia como persona, aunque tenga que circunscribirse al minúsculo mundo de un ring o de un escenario de bar de pueblo; gente que no (o ya no) se gana la vida haciendo lo que  ama; gente que desempeña trabajos alienantes con el único incentivo de ser pagados por ello, porque tiene la mala costumbre de comer a diario; gente a quien le asfixia la vida mundana… pero sobre todo gente con espíritu libre y consecuente con sus elecciones. Luchadores… ¿cómo todos?

sábado, 5 de septiembre de 2015

Ant-Man



Al volver de sus vacaciones, el Cupletero dedicó una semana en cuerpo y alma a combatir la depresión post-vacacional. Para este tipo de cometido, el cine siempre ha sido un fiel aliado, particularmente el cine de evasión pura. 

En busca de escape, durante esa primera semana acudimos a las salas a ver Misión: Imposible-Nación Secreta y Ant-Man. La primera consiguió sólo durante la primera mitad y sólo a ratos que me olvidase de la bandeja de entrada de mi Outlook… Ethan Hunt siempre lo intenta pero no siempre acierta. Ant-Man sí consiguió que durante 117 minutos me olvidara de todo.

El personaje de Ant-Man aparece ya en el primer número de Los Vengadores (1963) pero luego no tendrá un largo recorrido. Ahora Marvel quiere relanzar al mini-héroe y reunirlo con sus Vengadores, pero antes nos lo presentan en una peli enterita para él solo. Afortunadamente, porque en general dan mejor resultado las adaptaciones de superhéroes de uno en uno que a mogollona. Con la excepción de Watchmen (peliculón), las películas de héroes en comparsita me suelen aturdir y salgo empachado de superpoderes.

En el género, al menos para mi, lo mejor es siempre la presentación: cuando se describe el origen de los superpoderes y la gesta del héroe. En los comics nada se dice al respecto de Ant-Man, pero muy acertadamente para alguien para quien su principal fortaleza es su pequeño tamaño, se ha optado por proponer un origen de extracción social barriobajera/carcelaria.

Por una razón parecida es tan acertada también la elección de Paul Rudd para darle vida: un buen actor que no es una estrella y que prácticamente siempre, desde que lo conocimos como novio de Phoebe en Friends, ha sido actor secundario. Qué bien también el resto del reparto, en el que destacan Corey Stoll (aquel enorme Peter Russo de House of Cards) haciendo de supervillano, y sobre todo Michael Peña (el latino de Corazones de Hierro) haciendo de delincuente patoso de cuya boca salen unos flashbacks relatados en slung hispano que son lo más divertido de la película.

Y qué gusto ver a un Michael Douglas otoñal sin complejo de serlo (ya era hora) y a la bella Evangeline Lilly que después de perderse en aquella isla del Pacífico y en la Tierra Media, encuentra su lugar en el traje de Wasp, la superheroína por llegar.  

La trama tiene unos cuantos puntos resueltos por los pelos, pero tiene muchísimo sentido del humor, muy buenas secuencias de acción y en conjunto sale una peli bien equilibrada y muy amena.

El género de las adaptaciones cinematográficas de los grandes héroes de las viñetas ha dado muy buenas películas de entretenimiento (ese maravilloso primer Superman de 1978 o esa trilogía del Caballero Oscuro) y también un montón de grandes tostones (¡qué flojitas las dos adaptaciones de Los 4 Fantásticos!). Ant-Man está más  cerca de las primeras que de las segundas.

Por cierto, de mi depre post-vacacional estoy ya curado… y es que el cine en su función de válvula de escape debería ser considerado un bien de primera necesidad.